lunes, 23 de marzo de 2009

I. Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica

Por: Sergio O. Saldaña Zorrilla[1]

_______________________________
Resumen
La formación histórica de sociedades duales en Iberoamérica ha tenido períodos de polarización, mismos que ponen en riesgo la paz y muchas veces posponen incluso el crecimiento económico y la consolidación democrática. Buena parte de esta región, en particular América Latina, avanza en su historia acumulando marginalidad irresuelta. Ello le ha generado un círculo vicioso de falta de proyectos nacionales auténticos y mayor polarización.

Con base en una crítica a los procesos históricos de cohesión social y política, el presente artículo sugiere algunos mecanismos prácticos para reducir la polarización y marginación, primero, en Iberoamérica y, posteriormente, en el resto del planeta, para con ello alejarles del riesgo de devenir en confrontación, en especial cuando el poder se encuentra demasiado concentrado en un solo polo. También se discute en prospectiva la potencial integración iberoamericana y su papel estratégico en la configuración geopolítica.
_______________________________
Cítese este artículo como: Saldaña-Zorrilla, Sergio O. (2008). Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica. Revista El Cotidiano, No. 149, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. ISSN: 0186-1840. Ciudad de México.


Los triunfos liberales en América Latina comenzaron a consolidarse hasta el último tercio del siglo XIX. Sin embargo, el modelo republicano democrático que esos movimientos adoptaron tuvo un circunstancialmente limitado componente igualitarista en la práctica. Aunque en efecto el pacto social se celebró, no incorporó al grueso de los indígenas y a las masas empobrecidas. El positivismo imperante de la época ayuda a entender esa tendencia.

Con la salvedad de la autocrítica de un restringido sector de la elite intelectual, la rígida clase política de la época se resistió a incluir a los sectores empobrecidos y el dualismo desembocó en otra insalvable polarización desde inicios del siglo XX en la mayor parte de América Latina.[2]

Los excluidos emergieron en lucha revolucionaria en diversas latitudes. Mientras el México resultante de la Revolución de 1910 lograría reducir enormemente la polarización social y la mantendría fuera de los límites del estallido hasta casi fines del siglo XX, en otras partes de la región tuvieron lugar movimientos populares intermitentes cuyas demandas sociales fueron recurrente y sistemáticamente truncadas por dictaduras militares de gobiernos centralistas. El dualismo pasaría ahora a ser entre incluidos y excluidos, en el que los segundos se fueron acoplando con la izquierda a lo largo del siglo XX en virtud de su tendencia a abanderar las causas del proletariado urbano y rural.

A su vez, empresariado, huestes católicas, terratenientes y otros actores afines, han tendido a agruparse en derecha. Remarco que el ascenso al poder de cualquiera de estos grupos no representa un riesgo en sí para el equilibrio social en tanto se conduzcan democráticamente. El riesgo real, en cambio, proviene de las dictaduras que tanto de izquierda como de derecha pueden generarse. [3]

La recurrente alternancia involuntaria entre gobiernos republicanos democráticos y golpistas dictatoriales en muchas partes de Iberoamérica hizo que la polarización tuviera intervalos de tiempo variables.[4] El arribo de gobiernos republicanos democráticos, aunque en algunos países de la región sólo fuera por períodos breves, permitió liberar algo de presión pero también significó un retorno a la polarización una vez restaurados los regímenes dictatoriales.

A pesar de lo criticable de su democracia, tanto en el México posrevolucionario como en Argentina se alcanzó un orden económico más equitativo –poco plausible si no se hubiese acompañado del auge económico de la posguerra- que logró reducir sustancialmente la polarización durante décadas. Ello tuvo lugar dentro de una peculiar alternancia entre gobiernos con tendencias reformistas y conservadoras emanados de corrientes internas del mismo partido, como fue el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI)[5] durante más de 70 años en México, y del Partido Justicialista en Argentina durante varios gobiernos. Sin embargo, las crisis económicas a partir de los 1970s derivaron en incrementos de la inequidad económica y a la postre en mayores demandas democratizadoras. Similar en el resto de América Latina, la sociedad fue exigiendo el respeto permanente a las instituciones democráticas.

A lo largo de los 1980s y 1990s, el retorno a una estrategia de crecimiento económico liberalizadora con un limitado alcance social alimentó, por un lado, la veloz reconcentración de la riqueza y, por el otro, el incremento de la pobreza rural y la proletarización informal urbana.[6] Esta región llega, así, al siglo XXI con gran parte de su población excluida. Algunos con casi nula integración a través de cinco siglos –y talvez por ello con mayor memoria histórica-, como los indígenas, que ven en el hacendado y el finquero la prolongación del encomendero. Otros remontan la exclusión al sistema dictatorial pro-derechista, tal es el caso de la masa en el sector informal de la economía urbana, que suelen ver en la cúpula empresarial y sus partidos políticos el legado de la alianza conservadora-católica del siglo XIX. Estos hechos y sus percepciones son los que nuevamente polarizan la región y aceleran la transición a la democracia donde no se había consumado –so pena de violencia- a la vez que ponen a prueba a aquellas que ya se suponían consolidadas.

Las transiciones pacíficas a la democracia tienden a transferir el poder a un partido afín con la dictadura.[7] Esto es entendible si se considera que los regímenes dictatoriales en la mayoría de los casos dejan tras de si tanta sangre que cuando se pacta la transición también se pactan las garantías de la retirada para minimizar las posibilidades del juicio de Estado.

En una siguiente etapa, la democracia pone a prueba su consolidación si, entre otras cosas, posibilita la alternancia con un partido no afín con el de la dictadura. Esto parece que ha tenido lugar en varios países de Iberoamérica, en especial luego del fracaso de las medidas económicas de la generación de gobiernos liberalizadores de los noventas en América Latina y de la rápida maduración de la izquierda institucional. La generación de los librecambistas de los 1990s en Latinoamérica estuvo liderada por Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menen, y Alberto Fujimori.

Sin embargo, hasta ahora sólo en México no ha triunfado la izquierda –al menos de esa izquierda fuera del partido oficial- a pesar de su fortalecimiento y del, aunque estable, pobre desempeño del modelo económico en vigor. Por su parte, la transición democrática en España se adelanta al menos una década a la de la mayor parte de Latinoamérica. Las dos posturas políticas opuestas de las dos Españas van volviéndose cada vez menos radicales luego de la transición, lo que les permite cerrar más rápidamente la brecha de la polarización. A ello contribuyó, en buena medida, el creciente progreso económico que le acompañó, así como el papel de la Comunidad y la Unión Europea. Ello permitió des-radicalizar posturas, haciéndolas converger más hacia aquellas de los partidos socialdemócratas y conservadores moderados del resto de Europa.

A pesar del pobre desempeño económico de los noventas, la ausencia de la izquierda en Colombia, Perú, Paraguay, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y México se explica ya sea por el fantasma de la violencia de las dos décadas previas o por un pacto muy fuerte con el antiguo régimen. El caso de Colombia es complejo, ya que la violencia procede no sólo de la guerrilla. Con las FARC[8] –y luego con el M-19[9]- están también presentes los carteles de la droga, dando incluso lugar a cruces ideológicos. En el Perú posterior al desastre neo-liberalizador de Fujimori, Toledo llega al poder, aunque luego el país opta por el retorno de Alan García, asociado a la crisis de los ochentas pero también con su capacidad estabilizadora.

A pesar de que la transición a la democracia en Paraguay da inicio con el derrocamiento de Stroessner en 1989, el derechista Partido Colorado sigue gobernando en estos días. Ello en virtud de lo poco desarrollada de la oposición luego de su prohibición durante los 35 años de la dictadura, así como porque el golpe de Estado del Gral. Andrés Rodríguez para derrocar a Stroessner fue en realidad un movimiento interno del Partido Colorado mismo.[10] En Centroamérica, Guatemala[11], El Salvador[12] y Nicaragua[13] sigue gobernando una derecha contrapuesta a los partidos que absorbieron institucionalmente a la guerrilla. Esto es, con un bipartidismo de facto que refleja buena parte de las dos caras de su sociedad. Nicaragua ha recién reinstaurado el sandinismo con el regreso de Daniel Ortega al poder. Aunque dicho sandinismo ha renovado parte de sus estrategias, aún conserva su esencial contraposición a la política de Washington. La polarización es menos extrema en Honduras y Panamá, cuyas opciones se mueven dentro del estrecho margen de maniobra que les deja su fuerte vínculo con los Estados Unidos.

En el caso de México, el dualismo ancestral, que se había estabilizado durante los gobiernos posteriores a la Revolución de 1910, inició el viaje a la polarización luego de los actos de Tlatelolco en 1968, alimentado por las crisis económicas de los ochentas y catalizado por el fortalecimiento de la izquierda a partir de 1986.[14] Si el año 2000 marcó el inicio de la transición democrática en tanto que el centro-derechista Partido Acción Nacional (PAN) releva al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la presidencia de la república, el 2006 se vislumbraba como el año en que se consolidaría. Como señala Lorenzo Meyer, de haber tenido lugar una contienda equitativa por la presidencia se hubiera tanto pasado la prueba de la consolidación democrática como reducido la actual polarización de la sociedad mexicana ya que, a diferencia del PAN, el PRD proponía una reorientación del modelo económico hacia el otro polo.[15] No obstante, la inequidad que en la elección presidencial de 2006 promovió el propio presidente Vicente Fox[16] y algunas instituciones[17] abrió el ahora incontenible cuestionamiento a las instituciones democráticas.

Algo diferente ha sucedido en el resto de Iberoamérica, donde la democracia ha permitido que algún tipo de izquierda abierta le gane el poder a algún tipo de derecha en al menos una ocasión. Si bien el mérito de esos gobiernos de izquierda no ha siempre radicado en un gran despegue económico, como sí en que ha reducido buena parte de la presión social. Los casos de Venezuela y Bolivia presentan resultados encontrados. Por una parte se están satisfaciendo demandas de los sectores menos favorecidos, pero por otra parte ello está ampliando la inconformidad de los otros sectores de la sociedad, reconfigurando la polarización. Visto así, la polarización en Iberoamérica está dividiendo a algunos países más que a otros, pero afortunadamente aún con un bajo riesgo de desembocar en conflicto hemisférico o confrontación con otras regiones del planeta. Lo anterior es motivo de alegría en cuanto a que no amenaza la paz en la región, pero preocupa porque mantiene irresueltas tareas fundamentales de Estado.

Latinoamérica avanza en su historia acumulando marginalidad irresuelta. La independencia no soluciona lo fundamental de la conquista; aplaza la exclusión indígena. La reforma liberal, que tampoco lo hace, aplaza la redistribución de la riqueza. Los movimientos de izquierda y de derecha contemporáneos, que tampoco resuelven lo anterior, están aplazando la exclusión de la economía global. La compleja vorágine resultante seguirá creciendo a menos que se reconozcan esas tareas irresueltas como características, y no como desviaciones, de la realidad presente; como componentes trascendentales, y no como “errores del modelo”. Lo mal adaptado de esos modelos –y talvez también erróneamente adoptados- ha impedido solucionar la exclusión, causa prima de la polarización. Por eso es tan necesario crear modelos propios que representen a todos los elementos constitutivos de nuestra realidad. Del pasado, como de la realidad, es imposible deshacerse.

Muchos intelectuales latinoamericanos del siglo XIX eran ya concientes del fallo liberal de negar la realidad (o partes fundamentales de ella) para adoptar modelos occidentales (o europeos). De ello queda constancia en la crítica conservadora del chileno Diego Portales[18] y el mexicano Lucas Alamán,[19] así como en la propia autocrítica de liberales como José María Luís Mora[20] y Juan Bautista Alberdi,[21] entre otros. Buena parte del pensamiento liberal latinoamericano del siglo XIX tendía a considerar como obstáculos del progreso tanto a la tradición española como a la indígena. A la primera por considerarla perdedora de la lucha entre lo feudal y la modernidad en Europa. La segunda por considerarla renuente al cambio “civilizador”. Todo esto les llevó a apologetizar el liberalismo ingles, concretizado en el modelo norteamericano. José Gaos,[22] Leopoldo Zea[23] y Luís Villoro[24] coinciden en que bajo semejante lógica el sujeto ve en el modelo un ideal a alcanzar, tal que parece ignorar que la realidad en la que el modelo se basa es ajena. Entonces el sujeto ve su objeto (su realidad) como algo extraño, y percibe algunas características fundamentales de su propia realidad como desviaciones erróneas. Lo anterior siempre le lleva al fracaso del modelo: «vaya suerte, nada se puede esperar con semejante realidad», frustrado parece renegar de ella. Pero esto no es privativo de Latinoamérica, sino más bien es rasgo de las sociedades periféricas. Está también presente en los sectores más occidentalizados de Asia y África, así como, más recientemente, en buena parte de Europa debido al creciente impacto anglo-centrista.

Leopoldo Zea advierte lo fácil que es para el centro sacar partido del complejo de inferioridad de pueblos periféricos, lo que facilita la prescripción de modelos anglo-centristas. La adopción sin muchas veces siquiera adaptación del modelo le lleva inequívocamente al fracaso, cuya falta de éxito alimenta el sentimiento de inferioridad y traza un círculo vicioso de adopciones y fracasos.

El México posterior a la revolución de 1910 había logrado autentificar su proyecto de nación. El reconocimiento y fomento de los elementos comunales y cooperativistas de la organización productiva indígena se insertaron en la constitución de 1917 y en la estrategia de desarrollo económico, permitiendo su coexistencia y gradual integración mutua con formas capitalistas –principalmente durante el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas del Río. Sin embargo –como en casi toda América Latina-, el fracaso de la política de subsidiariedad del sector agropecuario hacia el industrial –básicamente por una fallida política industrial- devino en el agotamiento del modelo, ampliamente discutido por Osvaldo Sunkel[25] y Adolfo Figueroa.[26]

El retorno al liberalismo durante los 1980s y 1990s ha casi desmantelado la empresa pública a través de privatizaciones y con ello también debilitado sus políticas de apoyo directo al medio agrícola, a la pequeña y mediana empresa, así como su estrategia de combate a la pobreza. Ese liberalismo, por reproducir la exclusión social, sigue lejos de atacar las causas estructurales de la pobreza. Esa vuelta al liberalismo económico, que muchos también llaman neoliberalismo, carente de una estrategia para rearticular la pluralidad de prácticas de las comunidades marginadas, apuesta ahora por la proletarización urbana del campesinado y del indígena para mitigar como válvula de escape la pobreza rural, complementado con la emigración hacia los EUA de cualquier fuerza laboral excedente.[27]

La lógica de esa estrategia está en el liberalismo económico inglés, que sostiene que la redirección de los factores de producción de sectores de baja productividad (generalmente de la economía tradicional) hacia otros más productivos es la solución a la baja productividad. En la historia del capitalismo esta transferencia de factores de producción tiende a darse del sector agrícola al industrial, etapa por la que la misma cuna de la revolución industrial tuvo que pasar, liberando masas de trabajadores enajenados de sus medios de producción hacia las pujantes urbes industriales. Sin embargo, esto en América Latina produce un desajuste de los mercados laborales.

Por el prevaleciente bajo dinamismo industrial, la economía urbana no tiene la capacidad para absorber esa mano de obra adicional, fomentando la economía informal, el desempleo y, más recientemente, la emigración bajo condiciones penosas y riesgosas a los EUA. Por sus pocos alcances, lejos de reducirla, esta salida ahonda la polarización. Por ello es tan necesario superar este liberalismo, mas no con simples posturas anti-liberales, sino con un modelo que le trascienda. Ortega y Gasset critica al anti-liberal por tratar de negar el liberalismo, por conformarse con hacer tan sólo lo que ya hacía el hombre previo al liberalismo: vivir en el no-liberalismo.[28] Pero el liberalismo esta aquí, vive en las mentes de millones de iberoamericanos. Por eso pretender su abolición sería también negar parte de nuestra realidad. El marxismo, por su parte, espera que el arribo de la proletarización total vía la implementación plena del capitalismo puro agoten al sistema, luego de lo cual el socialismo y, posteriormente, el comunismo estarían al fin en posibilidades de ser implementados, dejando atrás no sólo el liberalismo sino de una vez todo el capitalismo.[29] Talvez por ello los marxistas no siempre son solidarios del indigenismo, que se conforma con la simple inclusión; ni con los –en el espíritu de Rosa Luxemburgo- tibios enfoques de las reformas socialdemócratas, que –señala- tan sólo logran prolongar el permanente estado de crisis del sistema capitalista. El movimiento indígena en México, conciente de su dimensión minoritaria, se conforma con demandar su reconocimiento, respeto e inclusión.[30] En otras latitudes donde el indigenismo no es minoritario, este ha tratado incluso de desplazar lo no-indígena. Sin embargo esa estrategia por si misma lleva el riesgo de intentar vindicar con odios, como en la Sudáfrica post-apartheid, o devenir en un neo-colonialismo en que burguesías autóctonas pero pro-EUA crean nuevas formas de dependencia, como crecientemente está sucediendo en Kenya.[31]

El modelo que entonces ha de superar el actual liberalismo tendrá necesariamente que integrar esta pluralidad de culturas y de actitudes frente a la vida. Aquí surge la disyuntiva de integrar la pluralidad en bloques o fusionarlos. La primera opción es siempre vulnerable porque depende en gran medida de un régimen democrático maduro. Por lo artificial de su existencia, la integración de bloques corre muchas veces el riesgo de balcanizarse ante fallos democráticos. La segunda opción implica el mestizaje cultural, mismo que, como dos secciones más abajo expongo, no es todavía un hecho consumado y tampoco puede ser tan fácilmente asumido por quienes han sido educados fuera de la hibrides del mestizaje. No obstante, la combinación de ambas estrategias sería una alternativa más realista para alejarnos de la polarización, en la que la estrategia del mestizaje cultural gradualmente superaría a la de los bloques.


N O T A S
_____________________________
[1] Investigador de la UNAM, Centro de Ciencias de la Atmósfera; doctorado en ciencias sociales y económicas por la Universidad de Economía de Viena, Austria. Email: saldana@atmosfera.unam.mx
[2] Quiero advertir que la audacia del presente trabajo de proponer un esquema de análisis para toda Iberoamérica enfrenta el riego habitual de los análisis regionales: la generalización excesiva. Por ejemplo, los casos de Argentina y Uruguay difieren en buena medida del resto de Latinoamérica. Por su bajo componente indígena y predominancia europea, la resignación a la desigualdad parece ser menor en esos países, especialmente durante el siglo XIX. No obstante, en el transcurso del S. XX aumentó considerablemente la desigualdad en buena medida debido, primero, a la presencia de regímenes militaristas y, más recientemente, al modelo económico. El caso de Costa Rica es similar, además de que la pugna liberal-conservadora allí tuvo poca presencia.
[3] Aunque la izquierda suele regirse mucho menos vertical que otras corrientes ideológicas, adviértase el error de considerarla sinónimo de democracia. Ténganse en cuenta la multitud de procesos antidemocráticos al interior de las centrales obreras en gran parte del planeta –incluso cuando el resto de las instituciones son democráticas-, así como las dictaduras de partido único de la ex-Unión Soviética, Cuba, China o Corea del Norte.
[4] En España sucedió algo similar desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el ascenso del franquismo.
[5] Incluyendo a sus predecesores Partido Nacional Revolucionario, PNR (1929), que surge como acuerdo entre tres facciones: socialista (cardenistas a la postre), agrarista (obregonista) y laborista (callista); así como al Partido de la Revolución Mexicana, PRM (1938), que agrega a esas tres a la facción carrancista. Este último se transforma en el actual PRI en 1946 en un intento de la facción callista por extirpar al carrancismo del partido, intento fallido debido a la mediación de, principalmente, Lázaro Cárdenas. Así, dos de estas cuatro facciones agruparían, grosso modo, a fuerzas predominantemente de izquierda (cardenistas y obregonistas) y las otras dos facciones a fuerzas de, predominantemente, derecha (callistas y carrancistas), mismas que ostentarían igualdad de derechos y turnos en el acceso al poder presidencial. Véase: Álvarez Mozqueda, Saúl (1985). Alta Política. Colección Ómnibus. Ed. Leega. Ciudad de México.
[6] A la polarización de este dualismo también ha contribuido la desigual integración de América Latina a la economía y sociedad mundial.
[7] Tales como la Unión de Centro-Democrático (UCD) de Adolfo Suárez en la España post-franquista, la derecha democristiana de Patricio Aylwin luego de Pinochet en Chile, y más recientemente, el Partido Acción Nacional (PAN) de Vicente Fox después del PRI en México, entre otros.
[8] Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia surgen en respuesta al asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaytan en 1948.
[9] El Movimiento 19 de abril (M-19) surge en reclamo al fraude electoral de las elecciones del 19 de abril de 1970 en perjuicio de Misael Pastrana Borrero, candidato de la Alianza Nacional Popular (ANAPO). Paradójicamente, la ANAPO es creada por el dictador golpista Gral. Gustavo Rojas Pinilla, asilado político (del también dictador golpista de la Republica Dominicana Gral. Leónidas Trujillo) luego de ser depuesto por golpe de Estado.
[10] Sin embargo, lo marcadamente social del gobierno del actual presidente Nicanor Duarte Frutos contrasta con lo derechista de su partido.
[11] El dualismo esta representado por la izquierdista Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, mientras la derecha por el Partido de Avanzada Nacional.
[12] El Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (izquierda) y ARENA (derecha).
[13] Frente Sandinista de Liberación Nacional (izquierda) y los Contras (derecha).
[14] Con la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), producto de la adhesión de la Corriente Democrática del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) a los partidos de izquierda existentes en 1986. Otras fuerzas que también forman parte del otro polo, sin necesariamente adherírsele, son las guerrillas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, así como un número de organizaciones campesinas y obreras disidentes.
[15] Meyer, Lorenzo (2006). Una democracia mediocre. Entrevista de Ariel Ruíz Mondragón. En: Construir la Democracia. Dossier. Metapolítica núm. 48. Julio-agosto 2006. México, DF.
— (2006). 2006 o la verdadera prueba de la democracia. Periódico Reforma. 20 julio, 2006. México, DF.
[16] Con sus ataques abiertos en contra del candidato más fuerte de la oposición, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Lo anterior sólo se justificaría –en un sistema democrático-, si el presidente fuera además contendiente en campaña.
[17] Como el Consejo Coordinador Empresarial a través de un ataque intensivo de medios de comunicación en contra del candidato fuerte de la oposición, así como el propio Instituto Federal Electoral y su tribunal, por su neutralidad negativa para transparentar el proceso electoral, el conteo y la resolución de impugnaciones.
[18] Véase: Leopoldo Zea (1978). Filosofía de la Historia Americana. Colección Tierra Firme. Ed. Fondo de Cultura Económica. México, DF.
[19] Alamán, Lucas (1968). Historia de México. México, Editorial Jus, 1968, 5 volúmenes. México, DF.
[20] Mora, José Maria Luís (1963). Obras sueltas. Ed. Porrúa Hnos. México, DF.
[21] Alberdi, Juan Bautista (1980). Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea. En: Pensamiento positivista latinoamericano. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas.
[22] José Gaos (1954). Carta Abierta a Leopoldo Zea. En: Filosofía mexicana de nuestros días. Imprenta Universitaria. México, DF.
[23] Op. Cit.
[24] Luis Villoro (1998). Sobre la identidad de los pueblos. En: Estado Plural, Pluralidad de Culturas. Biblioteca Iberoamericana de Ensayo. Paidós. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). México, DF.
[25] Sunkel, Osvaldo (1991). Del desarrollo hacia adentro al desarrollo desde dentro. En: El Desarrollo desde adentro. El Trimestre Económico No. 71. CEPAL. Ed. Fondo de Cultura Económica. Mexico DF.
[26] Figueroa, Adolfo (1991). Desarrollo agrícola en la América Latina. En: El Desarrollo desde adentro. El Trimestre Económico No. 71. CEPAL. Ed. Fondo de Cultura Económica. Mexico DF.
[27] Saldaña-Zorrilla, Sergio (2006). Reducing Economic Vulnerability in Mexico: agriculture, natural disasters and foreign trade. Tesis doctoral. Universidad de Economía de Viena (Wirtschaftsuniversitaet Wien). Viena, Austria.
[28] Ortega y Gasset, José (1951). La Rebelión de las Masas. Pp. Colección Austral. Ed. Espasa-Calpe. Buenos Aires.
[29] Marx, Karl y Engels, Friedrich (2005). Die Grundsätze des Kommunismus (1847). En: Manifest der Kommunistischen Partei. Pp. 103-115. Fischer Taschenbuch Verlag. Frankfurt am Main. Alemania.
[30] Talvez por ello el movimiento zapatista en México inició su actual fase de debilitamiento a partir de la estrategia de cohesión social de los indígenas inmediatamente implementada por los gobiernos ulteriores.
[31] Devés Valdés, Eduardo (2005). El pensamiento social latinoamericano en Kenia (1965-1985). En: Cuadernos Americanos, No. 114. Pp. 167-184. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). México, DF.

No hay comentarios: