lunes, 23 de marzo de 2009

I. Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica

Por: Sergio O. Saldaña Zorrilla[1]

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Resumen
La formación histórica de sociedades duales en Iberoamérica ha tenido períodos de polarización, mismos que ponen en riesgo la paz y muchas veces posponen incluso el crecimiento económico y la consolidación democrática. Buena parte de esta región, en particular América Latina, avanza en su historia acumulando marginalidad irresuelta. Ello le ha generado un círculo vicioso de falta de proyectos nacionales auténticos y mayor polarización.

Con base en una crítica a los procesos históricos de cohesión social y política, el presente artículo sugiere algunos mecanismos prácticos para reducir la polarización y marginación, primero, en Iberoamérica y, posteriormente, en el resto del planeta, para con ello alejarles del riesgo de devenir en confrontación, en especial cuando el poder se encuentra demasiado concentrado en un solo polo. También se discute en prospectiva la potencial integración iberoamericana y su papel estratégico en la configuración geopolítica.
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Cítese este artículo como: Saldaña-Zorrilla, Sergio O. (2008). Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica. Revista El Cotidiano, No. 149, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. ISSN: 0186-1840. Ciudad de México.


Los triunfos liberales en América Latina comenzaron a consolidarse hasta el último tercio del siglo XIX. Sin embargo, el modelo republicano democrático que esos movimientos adoptaron tuvo un circunstancialmente limitado componente igualitarista en la práctica. Aunque en efecto el pacto social se celebró, no incorporó al grueso de los indígenas y a las masas empobrecidas. El positivismo imperante de la época ayuda a entender esa tendencia.

Con la salvedad de la autocrítica de un restringido sector de la elite intelectual, la rígida clase política de la época se resistió a incluir a los sectores empobrecidos y el dualismo desembocó en otra insalvable polarización desde inicios del siglo XX en la mayor parte de América Latina.[2]

Los excluidos emergieron en lucha revolucionaria en diversas latitudes. Mientras el México resultante de la Revolución de 1910 lograría reducir enormemente la polarización social y la mantendría fuera de los límites del estallido hasta casi fines del siglo XX, en otras partes de la región tuvieron lugar movimientos populares intermitentes cuyas demandas sociales fueron recurrente y sistemáticamente truncadas por dictaduras militares de gobiernos centralistas. El dualismo pasaría ahora a ser entre incluidos y excluidos, en el que los segundos se fueron acoplando con la izquierda a lo largo del siglo XX en virtud de su tendencia a abanderar las causas del proletariado urbano y rural.

A su vez, empresariado, huestes católicas, terratenientes y otros actores afines, han tendido a agruparse en derecha. Remarco que el ascenso al poder de cualquiera de estos grupos no representa un riesgo en sí para el equilibrio social en tanto se conduzcan democráticamente. El riesgo real, en cambio, proviene de las dictaduras que tanto de izquierda como de derecha pueden generarse. [3]

La recurrente alternancia involuntaria entre gobiernos republicanos democráticos y golpistas dictatoriales en muchas partes de Iberoamérica hizo que la polarización tuviera intervalos de tiempo variables.[4] El arribo de gobiernos republicanos democráticos, aunque en algunos países de la región sólo fuera por períodos breves, permitió liberar algo de presión pero también significó un retorno a la polarización una vez restaurados los regímenes dictatoriales.

A pesar de lo criticable de su democracia, tanto en el México posrevolucionario como en Argentina se alcanzó un orden económico más equitativo –poco plausible si no se hubiese acompañado del auge económico de la posguerra- que logró reducir sustancialmente la polarización durante décadas. Ello tuvo lugar dentro de una peculiar alternancia entre gobiernos con tendencias reformistas y conservadoras emanados de corrientes internas del mismo partido, como fue el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI)[5] durante más de 70 años en México, y del Partido Justicialista en Argentina durante varios gobiernos. Sin embargo, las crisis económicas a partir de los 1970s derivaron en incrementos de la inequidad económica y a la postre en mayores demandas democratizadoras. Similar en el resto de América Latina, la sociedad fue exigiendo el respeto permanente a las instituciones democráticas.

A lo largo de los 1980s y 1990s, el retorno a una estrategia de crecimiento económico liberalizadora con un limitado alcance social alimentó, por un lado, la veloz reconcentración de la riqueza y, por el otro, el incremento de la pobreza rural y la proletarización informal urbana.[6] Esta región llega, así, al siglo XXI con gran parte de su población excluida. Algunos con casi nula integración a través de cinco siglos –y talvez por ello con mayor memoria histórica-, como los indígenas, que ven en el hacendado y el finquero la prolongación del encomendero. Otros remontan la exclusión al sistema dictatorial pro-derechista, tal es el caso de la masa en el sector informal de la economía urbana, que suelen ver en la cúpula empresarial y sus partidos políticos el legado de la alianza conservadora-católica del siglo XIX. Estos hechos y sus percepciones son los que nuevamente polarizan la región y aceleran la transición a la democracia donde no se había consumado –so pena de violencia- a la vez que ponen a prueba a aquellas que ya se suponían consolidadas.

Las transiciones pacíficas a la democracia tienden a transferir el poder a un partido afín con la dictadura.[7] Esto es entendible si se considera que los regímenes dictatoriales en la mayoría de los casos dejan tras de si tanta sangre que cuando se pacta la transición también se pactan las garantías de la retirada para minimizar las posibilidades del juicio de Estado.

En una siguiente etapa, la democracia pone a prueba su consolidación si, entre otras cosas, posibilita la alternancia con un partido no afín con el de la dictadura. Esto parece que ha tenido lugar en varios países de Iberoamérica, en especial luego del fracaso de las medidas económicas de la generación de gobiernos liberalizadores de los noventas en América Latina y de la rápida maduración de la izquierda institucional. La generación de los librecambistas de los 1990s en Latinoamérica estuvo liderada por Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menen, y Alberto Fujimori.

Sin embargo, hasta ahora sólo en México no ha triunfado la izquierda –al menos de esa izquierda fuera del partido oficial- a pesar de su fortalecimiento y del, aunque estable, pobre desempeño del modelo económico en vigor. Por su parte, la transición democrática en España se adelanta al menos una década a la de la mayor parte de Latinoamérica. Las dos posturas políticas opuestas de las dos Españas van volviéndose cada vez menos radicales luego de la transición, lo que les permite cerrar más rápidamente la brecha de la polarización. A ello contribuyó, en buena medida, el creciente progreso económico que le acompañó, así como el papel de la Comunidad y la Unión Europea. Ello permitió des-radicalizar posturas, haciéndolas converger más hacia aquellas de los partidos socialdemócratas y conservadores moderados del resto de Europa.

A pesar del pobre desempeño económico de los noventas, la ausencia de la izquierda en Colombia, Perú, Paraguay, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y México se explica ya sea por el fantasma de la violencia de las dos décadas previas o por un pacto muy fuerte con el antiguo régimen. El caso de Colombia es complejo, ya que la violencia procede no sólo de la guerrilla. Con las FARC[8] –y luego con el M-19[9]- están también presentes los carteles de la droga, dando incluso lugar a cruces ideológicos. En el Perú posterior al desastre neo-liberalizador de Fujimori, Toledo llega al poder, aunque luego el país opta por el retorno de Alan García, asociado a la crisis de los ochentas pero también con su capacidad estabilizadora.

A pesar de que la transición a la democracia en Paraguay da inicio con el derrocamiento de Stroessner en 1989, el derechista Partido Colorado sigue gobernando en estos días. Ello en virtud de lo poco desarrollada de la oposición luego de su prohibición durante los 35 años de la dictadura, así como porque el golpe de Estado del Gral. Andrés Rodríguez para derrocar a Stroessner fue en realidad un movimiento interno del Partido Colorado mismo.[10] En Centroamérica, Guatemala[11], El Salvador[12] y Nicaragua[13] sigue gobernando una derecha contrapuesta a los partidos que absorbieron institucionalmente a la guerrilla. Esto es, con un bipartidismo de facto que refleja buena parte de las dos caras de su sociedad. Nicaragua ha recién reinstaurado el sandinismo con el regreso de Daniel Ortega al poder. Aunque dicho sandinismo ha renovado parte de sus estrategias, aún conserva su esencial contraposición a la política de Washington. La polarización es menos extrema en Honduras y Panamá, cuyas opciones se mueven dentro del estrecho margen de maniobra que les deja su fuerte vínculo con los Estados Unidos.

En el caso de México, el dualismo ancestral, que se había estabilizado durante los gobiernos posteriores a la Revolución de 1910, inició el viaje a la polarización luego de los actos de Tlatelolco en 1968, alimentado por las crisis económicas de los ochentas y catalizado por el fortalecimiento de la izquierda a partir de 1986.[14] Si el año 2000 marcó el inicio de la transición democrática en tanto que el centro-derechista Partido Acción Nacional (PAN) releva al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la presidencia de la república, el 2006 se vislumbraba como el año en que se consolidaría. Como señala Lorenzo Meyer, de haber tenido lugar una contienda equitativa por la presidencia se hubiera tanto pasado la prueba de la consolidación democrática como reducido la actual polarización de la sociedad mexicana ya que, a diferencia del PAN, el PRD proponía una reorientación del modelo económico hacia el otro polo.[15] No obstante, la inequidad que en la elección presidencial de 2006 promovió el propio presidente Vicente Fox[16] y algunas instituciones[17] abrió el ahora incontenible cuestionamiento a las instituciones democráticas.

Algo diferente ha sucedido en el resto de Iberoamérica, donde la democracia ha permitido que algún tipo de izquierda abierta le gane el poder a algún tipo de derecha en al menos una ocasión. Si bien el mérito de esos gobiernos de izquierda no ha siempre radicado en un gran despegue económico, como sí en que ha reducido buena parte de la presión social. Los casos de Venezuela y Bolivia presentan resultados encontrados. Por una parte se están satisfaciendo demandas de los sectores menos favorecidos, pero por otra parte ello está ampliando la inconformidad de los otros sectores de la sociedad, reconfigurando la polarización. Visto así, la polarización en Iberoamérica está dividiendo a algunos países más que a otros, pero afortunadamente aún con un bajo riesgo de desembocar en conflicto hemisférico o confrontación con otras regiones del planeta. Lo anterior es motivo de alegría en cuanto a que no amenaza la paz en la región, pero preocupa porque mantiene irresueltas tareas fundamentales de Estado.

Latinoamérica avanza en su historia acumulando marginalidad irresuelta. La independencia no soluciona lo fundamental de la conquista; aplaza la exclusión indígena. La reforma liberal, que tampoco lo hace, aplaza la redistribución de la riqueza. Los movimientos de izquierda y de derecha contemporáneos, que tampoco resuelven lo anterior, están aplazando la exclusión de la economía global. La compleja vorágine resultante seguirá creciendo a menos que se reconozcan esas tareas irresueltas como características, y no como desviaciones, de la realidad presente; como componentes trascendentales, y no como “errores del modelo”. Lo mal adaptado de esos modelos –y talvez también erróneamente adoptados- ha impedido solucionar la exclusión, causa prima de la polarización. Por eso es tan necesario crear modelos propios que representen a todos los elementos constitutivos de nuestra realidad. Del pasado, como de la realidad, es imposible deshacerse.

Muchos intelectuales latinoamericanos del siglo XIX eran ya concientes del fallo liberal de negar la realidad (o partes fundamentales de ella) para adoptar modelos occidentales (o europeos). De ello queda constancia en la crítica conservadora del chileno Diego Portales[18] y el mexicano Lucas Alamán,[19] así como en la propia autocrítica de liberales como José María Luís Mora[20] y Juan Bautista Alberdi,[21] entre otros. Buena parte del pensamiento liberal latinoamericano del siglo XIX tendía a considerar como obstáculos del progreso tanto a la tradición española como a la indígena. A la primera por considerarla perdedora de la lucha entre lo feudal y la modernidad en Europa. La segunda por considerarla renuente al cambio “civilizador”. Todo esto les llevó a apologetizar el liberalismo ingles, concretizado en el modelo norteamericano. José Gaos,[22] Leopoldo Zea[23] y Luís Villoro[24] coinciden en que bajo semejante lógica el sujeto ve en el modelo un ideal a alcanzar, tal que parece ignorar que la realidad en la que el modelo se basa es ajena. Entonces el sujeto ve su objeto (su realidad) como algo extraño, y percibe algunas características fundamentales de su propia realidad como desviaciones erróneas. Lo anterior siempre le lleva al fracaso del modelo: «vaya suerte, nada se puede esperar con semejante realidad», frustrado parece renegar de ella. Pero esto no es privativo de Latinoamérica, sino más bien es rasgo de las sociedades periféricas. Está también presente en los sectores más occidentalizados de Asia y África, así como, más recientemente, en buena parte de Europa debido al creciente impacto anglo-centrista.

Leopoldo Zea advierte lo fácil que es para el centro sacar partido del complejo de inferioridad de pueblos periféricos, lo que facilita la prescripción de modelos anglo-centristas. La adopción sin muchas veces siquiera adaptación del modelo le lleva inequívocamente al fracaso, cuya falta de éxito alimenta el sentimiento de inferioridad y traza un círculo vicioso de adopciones y fracasos.

El México posterior a la revolución de 1910 había logrado autentificar su proyecto de nación. El reconocimiento y fomento de los elementos comunales y cooperativistas de la organización productiva indígena se insertaron en la constitución de 1917 y en la estrategia de desarrollo económico, permitiendo su coexistencia y gradual integración mutua con formas capitalistas –principalmente durante el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas del Río. Sin embargo –como en casi toda América Latina-, el fracaso de la política de subsidiariedad del sector agropecuario hacia el industrial –básicamente por una fallida política industrial- devino en el agotamiento del modelo, ampliamente discutido por Osvaldo Sunkel[25] y Adolfo Figueroa.[26]

El retorno al liberalismo durante los 1980s y 1990s ha casi desmantelado la empresa pública a través de privatizaciones y con ello también debilitado sus políticas de apoyo directo al medio agrícola, a la pequeña y mediana empresa, así como su estrategia de combate a la pobreza. Ese liberalismo, por reproducir la exclusión social, sigue lejos de atacar las causas estructurales de la pobreza. Esa vuelta al liberalismo económico, que muchos también llaman neoliberalismo, carente de una estrategia para rearticular la pluralidad de prácticas de las comunidades marginadas, apuesta ahora por la proletarización urbana del campesinado y del indígena para mitigar como válvula de escape la pobreza rural, complementado con la emigración hacia los EUA de cualquier fuerza laboral excedente.[27]

La lógica de esa estrategia está en el liberalismo económico inglés, que sostiene que la redirección de los factores de producción de sectores de baja productividad (generalmente de la economía tradicional) hacia otros más productivos es la solución a la baja productividad. En la historia del capitalismo esta transferencia de factores de producción tiende a darse del sector agrícola al industrial, etapa por la que la misma cuna de la revolución industrial tuvo que pasar, liberando masas de trabajadores enajenados de sus medios de producción hacia las pujantes urbes industriales. Sin embargo, esto en América Latina produce un desajuste de los mercados laborales.

Por el prevaleciente bajo dinamismo industrial, la economía urbana no tiene la capacidad para absorber esa mano de obra adicional, fomentando la economía informal, el desempleo y, más recientemente, la emigración bajo condiciones penosas y riesgosas a los EUA. Por sus pocos alcances, lejos de reducirla, esta salida ahonda la polarización. Por ello es tan necesario superar este liberalismo, mas no con simples posturas anti-liberales, sino con un modelo que le trascienda. Ortega y Gasset critica al anti-liberal por tratar de negar el liberalismo, por conformarse con hacer tan sólo lo que ya hacía el hombre previo al liberalismo: vivir en el no-liberalismo.[28] Pero el liberalismo esta aquí, vive en las mentes de millones de iberoamericanos. Por eso pretender su abolición sería también negar parte de nuestra realidad. El marxismo, por su parte, espera que el arribo de la proletarización total vía la implementación plena del capitalismo puro agoten al sistema, luego de lo cual el socialismo y, posteriormente, el comunismo estarían al fin en posibilidades de ser implementados, dejando atrás no sólo el liberalismo sino de una vez todo el capitalismo.[29] Talvez por ello los marxistas no siempre son solidarios del indigenismo, que se conforma con la simple inclusión; ni con los –en el espíritu de Rosa Luxemburgo- tibios enfoques de las reformas socialdemócratas, que –señala- tan sólo logran prolongar el permanente estado de crisis del sistema capitalista. El movimiento indígena en México, conciente de su dimensión minoritaria, se conforma con demandar su reconocimiento, respeto e inclusión.[30] En otras latitudes donde el indigenismo no es minoritario, este ha tratado incluso de desplazar lo no-indígena. Sin embargo esa estrategia por si misma lleva el riesgo de intentar vindicar con odios, como en la Sudáfrica post-apartheid, o devenir en un neo-colonialismo en que burguesías autóctonas pero pro-EUA crean nuevas formas de dependencia, como crecientemente está sucediendo en Kenya.[31]

El modelo que entonces ha de superar el actual liberalismo tendrá necesariamente que integrar esta pluralidad de culturas y de actitudes frente a la vida. Aquí surge la disyuntiva de integrar la pluralidad en bloques o fusionarlos. La primera opción es siempre vulnerable porque depende en gran medida de un régimen democrático maduro. Por lo artificial de su existencia, la integración de bloques corre muchas veces el riesgo de balcanizarse ante fallos democráticos. La segunda opción implica el mestizaje cultural, mismo que, como dos secciones más abajo expongo, no es todavía un hecho consumado y tampoco puede ser tan fácilmente asumido por quienes han sido educados fuera de la hibrides del mestizaje. No obstante, la combinación de ambas estrategias sería una alternativa más realista para alejarnos de la polarización, en la que la estrategia del mestizaje cultural gradualmente superaría a la de los bloques.


N O T A S
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[1] Investigador de la UNAM, Centro de Ciencias de la Atmósfera; doctorado en ciencias sociales y económicas por la Universidad de Economía de Viena, Austria. Email: saldana@atmosfera.unam.mx
[2] Quiero advertir que la audacia del presente trabajo de proponer un esquema de análisis para toda Iberoamérica enfrenta el riego habitual de los análisis regionales: la generalización excesiva. Por ejemplo, los casos de Argentina y Uruguay difieren en buena medida del resto de Latinoamérica. Por su bajo componente indígena y predominancia europea, la resignación a la desigualdad parece ser menor en esos países, especialmente durante el siglo XIX. No obstante, en el transcurso del S. XX aumentó considerablemente la desigualdad en buena medida debido, primero, a la presencia de regímenes militaristas y, más recientemente, al modelo económico. El caso de Costa Rica es similar, además de que la pugna liberal-conservadora allí tuvo poca presencia.
[3] Aunque la izquierda suele regirse mucho menos vertical que otras corrientes ideológicas, adviértase el error de considerarla sinónimo de democracia. Ténganse en cuenta la multitud de procesos antidemocráticos al interior de las centrales obreras en gran parte del planeta –incluso cuando el resto de las instituciones son democráticas-, así como las dictaduras de partido único de la ex-Unión Soviética, Cuba, China o Corea del Norte.
[4] En España sucedió algo similar desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el ascenso del franquismo.
[5] Incluyendo a sus predecesores Partido Nacional Revolucionario, PNR (1929), que surge como acuerdo entre tres facciones: socialista (cardenistas a la postre), agrarista (obregonista) y laborista (callista); así como al Partido de la Revolución Mexicana, PRM (1938), que agrega a esas tres a la facción carrancista. Este último se transforma en el actual PRI en 1946 en un intento de la facción callista por extirpar al carrancismo del partido, intento fallido debido a la mediación de, principalmente, Lázaro Cárdenas. Así, dos de estas cuatro facciones agruparían, grosso modo, a fuerzas predominantemente de izquierda (cardenistas y obregonistas) y las otras dos facciones a fuerzas de, predominantemente, derecha (callistas y carrancistas), mismas que ostentarían igualdad de derechos y turnos en el acceso al poder presidencial. Véase: Álvarez Mozqueda, Saúl (1985). Alta Política. Colección Ómnibus. Ed. Leega. Ciudad de México.
[6] A la polarización de este dualismo también ha contribuido la desigual integración de América Latina a la economía y sociedad mundial.
[7] Tales como la Unión de Centro-Democrático (UCD) de Adolfo Suárez en la España post-franquista, la derecha democristiana de Patricio Aylwin luego de Pinochet en Chile, y más recientemente, el Partido Acción Nacional (PAN) de Vicente Fox después del PRI en México, entre otros.
[8] Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia surgen en respuesta al asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaytan en 1948.
[9] El Movimiento 19 de abril (M-19) surge en reclamo al fraude electoral de las elecciones del 19 de abril de 1970 en perjuicio de Misael Pastrana Borrero, candidato de la Alianza Nacional Popular (ANAPO). Paradójicamente, la ANAPO es creada por el dictador golpista Gral. Gustavo Rojas Pinilla, asilado político (del también dictador golpista de la Republica Dominicana Gral. Leónidas Trujillo) luego de ser depuesto por golpe de Estado.
[10] Sin embargo, lo marcadamente social del gobierno del actual presidente Nicanor Duarte Frutos contrasta con lo derechista de su partido.
[11] El dualismo esta representado por la izquierdista Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, mientras la derecha por el Partido de Avanzada Nacional.
[12] El Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (izquierda) y ARENA (derecha).
[13] Frente Sandinista de Liberación Nacional (izquierda) y los Contras (derecha).
[14] Con la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), producto de la adhesión de la Corriente Democrática del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) a los partidos de izquierda existentes en 1986. Otras fuerzas que también forman parte del otro polo, sin necesariamente adherírsele, son las guerrillas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, así como un número de organizaciones campesinas y obreras disidentes.
[15] Meyer, Lorenzo (2006). Una democracia mediocre. Entrevista de Ariel Ruíz Mondragón. En: Construir la Democracia. Dossier. Metapolítica núm. 48. Julio-agosto 2006. México, DF.
— (2006). 2006 o la verdadera prueba de la democracia. Periódico Reforma. 20 julio, 2006. México, DF.
[16] Con sus ataques abiertos en contra del candidato más fuerte de la oposición, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Lo anterior sólo se justificaría –en un sistema democrático-, si el presidente fuera además contendiente en campaña.
[17] Como el Consejo Coordinador Empresarial a través de un ataque intensivo de medios de comunicación en contra del candidato fuerte de la oposición, así como el propio Instituto Federal Electoral y su tribunal, por su neutralidad negativa para transparentar el proceso electoral, el conteo y la resolución de impugnaciones.
[18] Véase: Leopoldo Zea (1978). Filosofía de la Historia Americana. Colección Tierra Firme. Ed. Fondo de Cultura Económica. México, DF.
[19] Alamán, Lucas (1968). Historia de México. México, Editorial Jus, 1968, 5 volúmenes. México, DF.
[20] Mora, José Maria Luís (1963). Obras sueltas. Ed. Porrúa Hnos. México, DF.
[21] Alberdi, Juan Bautista (1980). Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea. En: Pensamiento positivista latinoamericano. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas.
[22] José Gaos (1954). Carta Abierta a Leopoldo Zea. En: Filosofía mexicana de nuestros días. Imprenta Universitaria. México, DF.
[23] Op. Cit.
[24] Luis Villoro (1998). Sobre la identidad de los pueblos. En: Estado Plural, Pluralidad de Culturas. Biblioteca Iberoamericana de Ensayo. Paidós. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). México, DF.
[25] Sunkel, Osvaldo (1991). Del desarrollo hacia adentro al desarrollo desde dentro. En: El Desarrollo desde adentro. El Trimestre Económico No. 71. CEPAL. Ed. Fondo de Cultura Económica. Mexico DF.
[26] Figueroa, Adolfo (1991). Desarrollo agrícola en la América Latina. En: El Desarrollo desde adentro. El Trimestre Económico No. 71. CEPAL. Ed. Fondo de Cultura Económica. Mexico DF.
[27] Saldaña-Zorrilla, Sergio (2006). Reducing Economic Vulnerability in Mexico: agriculture, natural disasters and foreign trade. Tesis doctoral. Universidad de Economía de Viena (Wirtschaftsuniversitaet Wien). Viena, Austria.
[28] Ortega y Gasset, José (1951). La Rebelión de las Masas. Pp. Colección Austral. Ed. Espasa-Calpe. Buenos Aires.
[29] Marx, Karl y Engels, Friedrich (2005). Die Grundsätze des Kommunismus (1847). En: Manifest der Kommunistischen Partei. Pp. 103-115. Fischer Taschenbuch Verlag. Frankfurt am Main. Alemania.
[30] Talvez por ello el movimiento zapatista en México inició su actual fase de debilitamiento a partir de la estrategia de cohesión social de los indígenas inmediatamente implementada por los gobiernos ulteriores.
[31] Devés Valdés, Eduardo (2005). El pensamiento social latinoamericano en Kenia (1965-1985). En: Cuadernos Americanos, No. 114. Pp. 167-184. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). México, DF.

II. Evolución y democracia

Cítese este artículo como: Saldaña-Zorrilla, Sergio O. (2008). Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica. Revista El Cotidiano, No. 149, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. ISSN: 0186-1840. Ciudad de México.
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El proceso de selección natural darwiniana es otra característica de la naturaleza claramente presente en las sociedades. Allí el dualismo aparece con la existencia de especies aptas y no aptas, donde las primeras sobreviven dando paso a la evolución. Spencer sostiene que ese dualismo natural está también presente en las sociedades, tanto entre sociedades distintas como a su interior.

Bajo esa lógica, pretender la abolición de la lucha de clases –como en el caso del comunismo- es negar a la naturaleza misma; mientras pretender reducir su antagonismo –objetivo de las democracias republicanas- es oponerle una fuerza artificial en resistencia. Ortega y Gasset[1] considera la democracia como el artificio más anti-natural de la civilización ya que, entre otras cosas, crea mecanismos para impedir que los más fuertes siempre ganen, lo inverso con los más débiles, posibilitándole la existencia a los menos fuertes a pesar de su natural tendencia a perecer.

¿Es entonces la democracia un sistema que desacelera la trayectoria evolutiva de la raza humana –en el camino al superhombre nietzscheano- en tanto les obliga a cargar el lastre de los más débiles? Creo que no. La selección natural no premia precisamente al individuo más apto de la especie, sino a aquel cuyo comportamiento maximiza las probabilidades de éxito de la especie en su conjunto en el largo plazo. De ello presenta clara evidencia empírica la teoría genética evolutiva contemporánea, señalando que los genes del tipo de individuos que se comportan en beneficio de la especie en su conjunto tienden a transmitirse más frecuentemente que los de aquellos que se comportan de otros modos.

Desde Pericles hasta nuestros días podemos observar que mientras las ideologías de las sociedades van transformándose, la instauración de dictaduras y democracias es cíclica. Roma en sus inicios –una simple monarquía post-etrusca- transita a la república no por una maduración de su clase gobernante, sino por la rebelión patricia. Esto le lleva al ascenso de un régimen aristocrático que se apoya en el pueblo no-plebeyo para alcanzar el poder, al cual luego tiene que incluir para sostenerse y garantizar gobernabilidad, creando el llamado Estado Gentilicio. La creciente presión social forzaría a las reformas del siglo III a.C., que incluyeron a los plebeyos en el gobierno,[2] formándose el Estado Patricio-Plebeyo. Si bien esas conquistas políticas en nada significaron la abolición del dualismo al interior de la sociedad, pero sí lograron enormes reducciones de su polarización.

Las sociedades son inequívocamente aristocráticas y tienden a estratificarse de manera natural –lo que hace a las democracias republicanas tan vulnerables. Un simple hueco dejado por los sectores económicamente más débiles no lo desperdician los fuertes.

Aún con ello, el riesgo no consiste en sí en que los grupos económicos más poderosos instauren una plutocracia, sino en que esos grupos generalmente tienen poca capacidad de análisis económico y político de largo plazo, tendiendo a acumular la riqueza y de ahí el poder hasta el punto de asfixiar el poder adquisitivo generalizado y la libertad, ampliando la brecha de demanda de la economía y generando mayor polarización, punto de arranque de las grandes depresiones que terminan por golpear a las elites mismas.

La República de la Roma de la antigüedad es destituida por la dictadura pero –para sorpresa de la retórica de Cicerón- logra devenir en imperio gracias a su superioridad tecnológica e institucional relativa a otras sociedades de la época. Similar a egipcios, aztecas y todo imperio, el financiamiento tanto para las elites del imperio romano como para su pueblo se obtiene de la explotación a los pueblos tributarios. Sin embargo, sociedades sin esa fuente externa de explotación corren el riesgo de ser reemplazadas por largas dictaduras sangrientas.

En ellas surge un particular conflicto moral al interior de la sociedad: El ciudadano que vive bajo una dictadura suele tener la impresión de estar haciendo algo malo. La interdependencia entre cualquier actividad de esa sociedad y la dictadura le genera al ciudadano una sensación de complicidad. Al mismo tiempo se exculpa porque sabe que está siendo obligado a ello. Por eso, cuando una nación –voluntaria o circunstancialmente- destituye una dictadura y comienza a transitar a la democracia, una fuerte responsabilidad moral guía la obsesión de la restauración democrática por poner candados al resurgimiento de la dictadura. Tanto para Ortega y Gasset[3] como para Karl Popper,[4] el gran mérito de las democracias consiste tanto en que se oponen a la tendencia natural de las sociedades de acumular excesivamente el poder como a que logran reducir al mínimo la violencia de Estado.

Aunque las democracias no son –ni nunca lo han sido- el directo ascenso del pueblo al poder, su instauración al menos permite el funcionamiento de instituciones capaces de evitar el ascenso de la dictadura. No obstante, las circunstancias para el siempre latente retorno a la dictadura son más propicias en aquellas sociedades con una larga tradición dictatorial. En otro artículo he advertido sobre la actual vulnerabilidad de la democracia mexicana debido a la exclusión social y a la rigidez del aparato público.[5] Ahora daré más atención al papel de la sociedad civil, cuya capacidad para involucrarse en la vida política varía ampliamente entre sectores y épocas y determina el éxito democrático.

Thompson[6] atina al señalar que la prevaleciente actitud fatalista (combinación de sumisión y resignación) de la sociedad mexicana de los años 1980s es endémica,[7] bajo la cual la supervivencia de la democracia se torna difícil. El fatalismo que genera (y es generado por) sistemas políticos autoritarios que han moldeado voluntades durante generaciones independientemente de la clase social en que se encuentren llevan a una percepción de Estado omnipotente que procrea al ciudadano impotente del establishment tlatoánico, a lo que la actitud estoica del cristianismo sincrético en América Latina también ha contribuido.

Ese orden se ha ido desmitificando luego de las recurrentes crisis económicas de las últimas dos décadas tanto en México como en el resto de América Latina. Entre otras cosas, presionó a la apertura democrática de fines del siglo XX y a su vez al florecimiento de otras actitudes producto de la emancipación que trajo consigo. Mientras algunos sectores de la sociedad se convirtieron en individualistas otros fueron adoptando actitudes igualitaristas. Otro sector, sobre todo el de las generaciones más viejas y fuera de las grandes urbes, permanece predominantemente fatalista.

Los individualistas creen en el crecimiento económico como medio para crear más riqueza para todos pero en especial para ellos en virtud de, confían, su mayor capacidad.[8] Éstos son más proclives a apoyar a la derecha.

Para los igualitarios, el crecimiento económico sólo tiene sentido si lleva a reducir la inequidad, lo que además los hace relativamente menos entusiastas del progreso a solas.[9] Éstos tienden a preferir la izquierda.

Por su parte, los fatalistas sólo apoyan al bando que más estabilidad y seguridad les ofrezca, cuya reticencia a vindicar eventuales atropellos a la democracia (provenga de la derecha o de la izquierda) los convierte en el punto más vulnerable de la sociedad civil. Así, mientras izquierda y derecha en América Latina siguen polarizándose, éste grupo es el fiel de la balanza en cada elección.

En un sistema democrático de voto universal, ningún grupo es tan maleable como éste, susceptible de sumarse a quien mejor manejo de medios haga. El dualismo contemporáneo en Iberoamérica se está entonces conformando no sólo por la división entre izquierdas y derechas, propia del sistema de partidos, sino además por las distintas culturas y actitudes frente a la vida de la sociedad civil misma.



N O T A S
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[1] Op. Cit..
[2] A través de la formación de los comicios curiales y la admisión de senadores plebeyos.
[3] Op. cit.
[4] Popper, Karl (1994). Bemerkungen zur Theorie und Praxis des demokratischen Staates. En: Alles Leben ist Problemlösen: Über Erkenntnis, Geschichte und Politik. Ed. Piper (Serie Piper). Pág. 223. Munich Alemania.
[5] Saldaña Zorrilla, Sergio O. (2006). Diseño de la Democracia en México. En: El Cotidiano. No. 136. Vol. marzo-abril, 2006. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. México, D.F.
[6] Thompson, M. et al (1990). The Cultural Theory. Westview Press. Reino Unido.
[7] De haberse lanzado a observar más países de América Latina seguramente habría encontrado lo mismo en muchos más.
[8] En línea con la democracia liberal inglesa y su sistema político predominantemente jerárquico-individualista, que de la liberación humanista del renacimiento desarrolla con mayor fecundidad su lado individualista, también observable en el pensamiento de Locke y Hume. En los individualistas también está presente un marcado optimismo en la capacidad humana de resolver futuras depresiones a través del progreso técnico. Bajo esa lógica, no es entonces irracional su comparativamente menor preocupación por el advenimiento de crisis económicas, cosa que suelen criticar los economistas keynesianos y marxistas. El mismo optimismo está presente en posturas individualistas sobre cambio climático y calentamiento global, que argumentan que el costo-beneficio de mitigar las emisiones de gases invernadero es negativo una vez considerados los mayores ingresos que se derivarían de una industria que, aunque sea más contaminante, produzca mayor riqueza privada y recaudación fiscal, tal que financie la regeneración ambiental y provea de empleos para todos.
[9] Similar a la democracia griega, que duda del progreso y cree más en lo cíclico. De ahí la relevancia del círculo en su filosofía, observables tanto en los escritos de filosofía política de Platón y Aristóteles o en la retórica de Demóstenes en las Filipas.

III. Contribución de la raza cósmica para trascender el liberalismo

Cítese este artículo como: Saldaña-Zorrilla, Sergio O. (2008). Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica. Revista El Cotidiano, No. 149, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. ISSN: 0186-1840. Ciudad de México.
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En la primera sección de este trabajo se criticaba, entre otros, la falta de proyectos de nación propios en la región, así como su insuficiente inclusión de sectores históricamente marginados. En esta sección se discute brevemente la vigencia y se critica la caducidad de algunas ideas vasconcelistas que podrían servirnos de base para solucionar lo anterior.

La solución propuesta por el materialismo histórico de Marx y Engels para construir una sociedad más justa y menos polarizada falla debido a la dificultad, también histórica, de abolir las clases sociales.[1] No obstante, su interpretación de la historia basada en la lucha de clases tiene el mérito de explicar cómo el interés económico (materialista) forma y enfrenta a esas clases.

Por su parte, la concepción de La Raza Cósmica de José Vasconcelos, [2] basada en la mezcla de culturas del mestizaje, explica buena parte de lo que el materialismo histórico abstrae del análisis. Su propuesta difiere de los enfoques culturales de la antropología y la sociología del siglo XX en tanto que estos últimos ven en el mestizaje un elemento más de la pluralidad cultural (Boas, Mead, Geertz, etc.) y no su síntesis recopiladora, como Vasconcelos. En su primera etapa, el mestizaje de la raza cósmica es sólo parcialmente racial, en la cual una coalición de culturas posibilitará el mestizaje cultural. Dicho mestizaje facilitará que la mezcla de culturas y razas continué, formándose una raza síntesis producto del mestizaje de todas las razas del planeta, misma que –gracias a una selectiva educación- recogerá lo mejor de cada cultura. Esta es la también llamada quinta raza, por ser resultado de la mezcla de las cuatro razas divergentes del planeta: negra, blanca, amarilla y roja, mezcla que desde hace cinco siglos, más que en ninguna otra parte del globo, está formándose en el continente americano.

Dicha raza será la que, sugiere Vasconcelos, guíe el espíritu de la humanidad[3] en su marcha a través del cosmos. Esta interpretación proporciona elementos bastante útiles tanto para diseñar una estrategia para reducir la polarización así como para dar un marco filosófico a la integración iberoamericana. No obstante, todavía es necesario hacerle varias críticas y actualizaciones, algunas de las cuales procedo a poner sobre la mesa.

La lucha entre católicos y protestantes originalmente se circunscribe a Europa pero posteriormente se extiende a América. La reanimación que el mundo católico consigue con la colonización y evangelización de América Latina comienza a ser contrarrestada por Inglaterra, antagonista continental de los latinos europeos. Vasconcelos da a esta confrontación un tinte racial, donde lo latino y lo anglosajón compiten tanto en Europa como en América, dotándole de unidad a cada bando.

En refuerzo a las tesis vasconcelistas está la competencia económica entre ambos bandos. Sin embargo, durante los siglos XVII y XVIII ya no sólo las industrias textiles y metalúrgicas inglesas van volviéndose las más fuertes del planeta, sino también sus empresas de piratas, que van logrando mayores éxitos en el asalto de galeones españoles cargados de metales preciosos y materias primas. Gran parte del botín constituye lo que a la postre facilitaría el proceso de acumulación de capital en Inglaterra para financiar su revolución industrial.[4] Durante esos siglos la piratería contribuyó al lento pero permanente proceso de transferencia de riqueza del sur al norte de Europa.

La respuesta hispana sería su apoyo a las monarquías europeas en su lucha contra movimientos protestantes alineados con los intereses británicos.[5] La respuesta francesa fue más amplia, que además incluyó su apoyo a la independencia de las Trece Colonias Inglesas en Norteamérica.[6] Esta creciente rivalidad latino-sajona se acentúa con las guerras napoleónicas, en las que Vasconcelos emblematiza la primera gran derrota del mundo latino en la victoria de Nelson en Trafalgar.

En la visión vasconcelista, ese pasado común de derrotas frente a los sajones es lo que unifica al mundo latino. Además, señala que la tolerancia y mezcla raciales de América Latina es la base para la formación de una potencia superior en la región,[7] síntesis evolutiva de las virtudes de las cuatro razas que interactúan en dicha región.[8]

Mientras para Hegel la síntesis es guiada por un espíritu de la historia que sólo el pensamiento libertario europeo está materializando a través de la instauración de sus instituciones en el mundo,[9] la síntesis de Vasconcelos es multirracial. La síntesis de Hegel coloca a la cultura europea en la cúspide de todas las culturas –en tanto la considera realizadora del espíritu-, considerando a Oriente como un anacronismo y a América tan sólo como su posible sucesor sólo en la medida que logre continuar la línea libertaria trazada por el pensamiento europeo.[10] Bajo esa lógica, un Weltanschauung americano divergente de esa línea es también un anacronismo, superado en el pasado por la cultura europea en algún estadio previo de su evolución. A pesar de su crítica a Hegel, Marx y Engels llegan a prácticamente la misma conclusión. Condenan las atrocidades del imperialismo europeo, pero están convencidos de su necesidad para implementar el capitalismo en el resto del mundo y así dejar atrás modos de producción y sociedades inferiores.[11] Una vez agotado el sistema capitalista tanto en Europa como luego en el resto del mundo, señalan Marx y Engels, las condiciones serán propicias para transitar al socialismo, fase superior de la humanidad.

En contraparte, la síntesis de Vasconcelos incluye no sólo lo europeo sino también lo no europeo de América, que combinado con lo asiático y lo africano de los demás inmigrantes de esta región, proporcionarán los elementos realizadores del espíritu. De Europa propone conservar los mejores elementos ibéricos de nuestra cultura, a la vez de aprovechar las actitudes progresistas de los liberales: progresismo como antídoto contra la falta de ambición de algunos sectores de la sociedad latinoamericana. Del indígena se propone rescatar, entre otras cosas, su sentimiento igualitario y su sentido de justicia. Este planteamiento está en buena medida contagiado del optimismo post-revolucionario del México de los años 1920s, por el cual se realiza una re-evolución al reintegrar los elementos indígenas en la nueva cultura mexicana.[12]

Ello le permite visionar algo semejante con el resto de razas en el resto de América. No obstante, el mestizaje latinoamericano ha avanzado titubeante en las décadas recientes, en buena parte debido a la falta de cohesión social. Si las tendencias de integración cultural de las cuatro razas hubiesen continuado, muy probablemente la polarización en América Latina sería hoy mucho menor.

Vasconcelos convocaba a unir a la cultura latina a pesar de estar separados en dos continentes. En eso reconocía la fraternidad anglosajona de ingleses, estadounidenses, australianos, neozelandeses y sudafricanos sajones, dispersos por cuatro continentes y sin embargo tan aliados en todo. Además de la cultura hispánica, ¿qué une a los latinos europeos y americanos hoy en día? Más aún, ¿están cohesionados estos países tanto entre sí como a su interior? Al español y al criollo americano les une su pertenencia a España, por lo que podrían compartir algún resentimiento contra lo anglosajón. No obstante, aunados a otros inmigrantes no hispanos y una parte del mestizaje, ellos forman un bloque más amplio en el cual lo que les une es más bien el poder aprovechar el sistema vigente de acceso a los recursos y uso de activos. Por eso reitero que la movilidad racial por si sola no es solución a la marginalidad y la polarización.

Durante el siglo XIX, en efecto, el criollo liberal luchó en toda América Latina por arrebatar al poder al conservador ibérico. Aliado al liberal, parte del mestizaje también logra arrancar para sí algo de ese poder. Los movimientos populares lograrían después algo similar para algunos campesinos, obreros e indígenas. Mas en el fondo eso no ha bastado para superar la creciente marginación del resto. Así, a diferencia del llamamiento de Vasconcelos, esta cúpula no está actualmente cohesionada por un sentimiento hispánico –por ello tampoco anti-sajón- como sí por su pertenencia al grupo económicamente más fuerte en sus respectivos países.

Por su parte, lo que une a los indígenas de América Latina parece no ser en sí un sentido de pertenencia a imperios precolombinos como sí su resentimiento histórico contra ese sector ampliado que en muchos países de la región acaparan el acceso a los recursos de la sociedad. El resto de los mestizos son, por otra parte, un grupo más conciliado al interior del país. Les cuesta tomar partido racial pues no se agrupan del todo en ninguno de los anteriores. Dependiendo de su nivel de ingresos, éstos tienden a dividirse entre los otros dos grupos, en particular cuando la sociedad comienza a polarizarse.

Así, aún no del todo sintetizada en la quinta raza, la sociedad latinoamericana se polariza en esos dos bandos socioeconómicos y raciales, cuya oposición a lo sajón no es ni clara ni homogénea. Además, como en la Europa continental, es muy común encontrar en las clases altas y medias latinoamericanas amplios sectores enrolados en la cultura anglosajona coexistiendo con otros que le guardan cierto resentimiento a, concretamente, los Estados Unidos e Inglaterra por el pasado de guerras perdidas e intervenciones.[13] Por el momento, la falta de cohesión social al interior de América Latina y la inequidad económica siguen posponiendo la consolidación de una clara postura latinoamericanista y, más aún, iberoamericanista.

En sus tesis, Vasconcelos convoca a la unión de los países latinos a pesar de la presencia de conflictos internos a lo largo de su historia.[14] En la parte cultural se esta dando un continuo acercamiento, aunque muy probablemente desacelerado por los pocos alcances de los intentos de integración económica. Por su posición geográfica, dos economías grandes de Iberoamérica –España y México- se han ido integrando económicamente más a otras regiones.

Ello no es condenable, sobre todo si se considera su racionalidad en términos de eficiencia de mercado. Actualmente, las recientes joint ventures que mancomunan capitales latinoamericanos con estadounidenses están más fuertemente integradas que aquellas entre latinoamericanos, lo cual reduce la probabilidad de integrar seriamente a estos últimos en algo más allá de lo cultural. En el caso de México, Centroamérica y el Caribe, los capitales mancomunados son tanto físicos, financieros y humanos: manufacturas, banca e inmigrantes, respectivamente. Por ello la buenaventura de los EUA es en parte también la de esta región.

Por su pertenencia a la Unión Europea, también a España le resulta poco viable la integración económica con América Latina, que a excepción de la expansión de algunas empresas españolas y el incremento en el flujo de inmigrantes sudamericanos a España, esos intercambios son aún muy bajos comparados con los sostenidos entre América Latina y los EUA.

En suma, esa integración a bloques regionales distintos dificulta la unión entre lo latino-americano y lo latino-europeo en al menos la esfera económica. La alternativa para España podría ser un modelo de integración similar al disengagement de la Gran Bretaña a la Unión Europea, en el que sin desperdiciar las ventajas de ampliar su acceso a los mercados europeos, la Gran Bretaña refuerza simultáneamente su alianza geopolítica y económica con los EUA y Australia.[15] En el caso de México –y también Chile y Centroamérica-, gracias a que aún no se ha avanzado en la integración con Norteamérica en temas más allá del libre comercio de mercancías y servicios, la integración con el resto de América Latina sigue siendo una opción real.
Todavía fuertemente impactado por el casi exterminio de la raza roja en los EUA, Vasconcelos es escéptico de la capacidad para integrar la pluralidad racial y cultural en ese país. Sin embargo, la intensa participación de los EUA en las guerras mundiales y su recurrente intervencionismo le ha llevado a requerir mano de obra adicional para empujar su economía. Ello aunado a la marginación y pobreza de muchas partes del planeta explican el ingreso de más inmigrantes a ese país, especialmente de razas y culturas no europeas desde la segunda mitad del siglo XX. Estas razas han ido conquistando su inserción dentro de la sociedad estadounidense: sutilmente en el caso de asiáticos, más abruptamente en el caso del movimiento negro, y bifurcando el mainstream anglo-protestante como es el caso latino.

La presencia latina abre un nuevo dualismo dentro de los EUA. Una parte de ese dualismo lo constituye el conjunto de inmigrantes de diferentes razas y culturas asentados alrededor del orden establecido por el White Anglo-Saxon Protestant (Blanco Anglo-Sajón Protestante), fundador ideológico de ese país. La otra parte de ese dualismo la han formado los inmigrantes latinoamericanos, mayoritariamente mexicanos, que no se acogen a ese orden y, al propagarse, están crecientemente transformando esa sociedad. [16]

Samuel P. Huntington, reconoce que la presencia latina esta re-fundando los valores de la sociedad estadounidense, lo que está trayendo consigo una nación dividida por dos lenguas, dos culturas, y dos visiones del mundo.[17] Así, más circunstancial que voluntario, los EUA también se están convirtiendo en la nación multicultural que alberga las cuatro razas para la síntesis cósmica que anuncia Vasconcelos. Además de la capacidad de integración y asimilación social, la equidad económica y la armonización entre culturas decidirá si son los EUA o Latinoamérica quien primero incube la quinta raza. En cualquiera de los casos, el mestizaje cultural y racial es la realidad a la que todo el continente americano se dirige, y su espíritu, por multirracial y pluricultural, es el que más probablemente conducirá exitosamente el entendimiento entre las civilizaciones de este planeta.


N O T A S
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[1] La historia de las revoluciones muestra como los grupos revolucionarios triunfantes comienzan a dividirse y estratificarse tan pronto como asumen el poder, reproduciendo patrones de concentración del poder y autoritarismo.
[2] Vasconcelos, José (1958). La Raza Cósmica. (1ª. Edición: 1925, México). En Obras Completas, t. II, Ed Libreros Mexicanos. México DF.
[3] La pregunta sobre cuál es el sentido del espíritu de la humanidad no es más que la colectivización de la eterna interrogante sobre cuál es el sentido de la existencia del hombre en la tierra. En la visión de Vasconcelos parte del sentido del espíritu de la humanidad consiste en su expansión a través del universo.
[4] Aunado a la implementación de la propiedad privada en Inglaterra, al proceso de enajenación de tierras comunales, a la concentración de la propiedad y a la liberación de mano de obra del campo a la ciudad para abastecer de mano de obra barata a fin de maximizar la tasa de plusvalía y acumulación capitalista durante esos siglos en Inglaterra, bastamente documentado por Marx en: Marx, Karl (1867). Expropriation des Landsvolks von Grund und Boden. Die so genannte Ursprüngliche Akkumulation. 24. Kapiteln. In: Kritik der Politischen Ökonomie. Erster Band. Nach der ersten von Friedrich Engels herausgegeben Auflage. Hamburg, 1864.
[5] Por su parte, tanto España como Francia, en permanente pugna entre sí, sostenían una pugna más férrea con Inglaterra por el dominio de Europa –y por imponer sus respectivas formas de gobierno.
[6] Irónicamente, su rivalidad con la monarquía inglesa benefició la creación de la republica en los EUA al apoyar su movimiento independentista. Republicanismo americano cuya expansión al resto del continente la misma monarquía francesa intentaría combatir menos de un siglo después a través de su intervención en México.
[7] Y no en los EUA por su marcada resistencia contra lo no-sajón, ni Europa por su falta de espacio para influjos masivos de inmigrantes de culturas distantes. En eso la Europa contemporánea no ha cambiado demasiado. Después de haber sido por siglos expulsora de emigrantes, sea para colonizar, por pobreza o por guerra, Europa es ahora por primera vez en su historia receptora de inmigrantes de ultramar.
[8] Lo que también le ha costado a Vasconcelos buena parte de la critica a su obra durante la post-guerra, en especial por lo sensible que queda el mundo luego del holocausto, reforzado, entre otras cosas, por una teoría de razas.
[9] Hegel, G. (1974). Lecciones sobre filosofía de la historia universal. Revista de Occidente. Madrid.
[10] Reflexión que también abre la puerta a la justificación de la dominación primero europea y más recientemente de occidente, que incluye a los EUA.
[11] Engels, Federico (1992). Barbarie y Civilización. En: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Ed. Fondo de Cultura Económica. México. DF.
[12] Lo cual no pudo implementarse en sólo algunas regiones, como Chiapas, y se detuvo en otras, como Oaxaca y Guerrero.
[13] Las más recientes en Hispanoamérica: Argentina contra Inglaterra en 1982, perdiendo las Malvinas; España -EUA a fines del siglo XIX, perdiendo Cuba, Puerto Rico y las Filipinas; México-EUA en 1846-47, perdiendo la mitad del territorio; Argentina y las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 –respuesta inglesa al pacto entre Carlos IV de España y Napoleón Bonaparte; y España y Francia contra Inglaterra en Trafalgar.
[14] Octavio Paz señala que cada pueblo tiene sus fantasmas: Francia para los españoles, Alemania para los franceses; los Estados Unidos para México. Ver: Paz, Octavio (2002). Entrada Retrospectiva. En: Por las sendas de la memoria. Ed. Galaxia Gutenberg. Barcelona.
Más se debe añadir a Inglaterra como fantasma de los argentinos. Aunque las no pocas guerras entre países latinoamericanos han dejado algunos resentimientos y fantasmas, el mucho mayor diálogo cultural entre éstos ha permitido que esos fantasmas vayan perdiendo presencia y por tanto influencia en la psicología colectiva. Sólo subsiste cierto reproche histórico hacia Brasil, Argentina y Uruguay de parte de los paraguayos, a Chile de peruanos y bolivianos, y a Perú de ecuatorianos.
[15] Sin que esto abra un debate entre latinoamericanistas y comunitarios al interior de España.
[16] Y tanto mas subvencionen los EUA su sector agrícola, mayor será la mexicanización de ese país. Dado el actual Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el incremento en las importaciones agrícolas de los EUA a México –basado en un dumping subsidiado- contribuye a mantener los precios agrícolas extremadamente bajos en México, lo que reduce substancialmente el ingreso medio rural, aumentando la pobreza en el campo y con ello la emigración a los EUA. Véase: Saldaña-Zorrilla, Sergio (2006), Op. cit.
[17] Huntington critica la multiculturalización de los EUA y, más en particular, considera que la presencia latina atenta contra la posición hegemónica de los EUA y Occidente en el resto del mundo dado que considera al latino poco activo en la promoción de los valores libertarios y democráticos occidentales. Véase: Huntington, Samuel P. (2005) Who are we? The Challenges to America’s National Identity. Ed. Simon and Schuster, Londres.

IV. La polarización global

Cítese este artículo como: Saldaña-Zorrilla, Sergio O. (2008). Dualismo y polarización histórica en Iberoamérica. Revista El Cotidiano, No. 149, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. ISSN: 0186-1840. Ciudad de México.
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La polarización social ha pasado de ser algo nacional y regional a ser algo global a partir de la segunda mitad del siglo XX. La era global no inicia sino hasta luego de que Fernando de Magallanes atraviesa el Océano Pacífico. Si bien ya existían dualismos desde ese entonces, estos habían sido sólo confrontaciones en y entre limitadas regiones. Aunque en España y el resto de Europa el dualismo entre partidarios del Estado centralista y el republicano subsiste, ello se ha ido alejando de la polarización a medida que la democracia ha sido exitosamente implementada y la economía ha crecido y se ha estabilizado.

El triunfo protestante en la guerra Austro-Prusiana trajo consigo el avance de las instituciones republicanas en Europa Central. La intervención (de la monarquía) francesa en México es el último intento europeo por impedir el ascenso republicano en el continente americano, cuya propagación hacia el sur era visto por las monarquías europeas como inminente una vez los confederados ganasen la guerra de secesión en los EUA. Y así sucedió.

En 1866 los confederados y los prusianos ganan sus respectivas guerras, debilitando la posición centralista a ambos lados del Atlántico –una esclavista y la otra monárquica. Ello explica buena parte del triunfo juarista y el retroceso de la iglesia católica y sus principales instituciones en México y, posteriormente, en otras partes de América Latina.

La primera guerra mundial sería la resolución de esa polarización. Si bien esa guerra implicó actores de tres continentes, su causa prima proviene de una polarización regional. Por su parte, la segunda guerra mundial resolvió otra polarización pendiente al interior de las elites del poder: la de judíos y cristianos, básicamente reducida a Europa y tangencialmente a América.[1]

Luego de las dos guerras mundiales el mundo parece alcanzar una especie de acuerdo de coexistencia entre católicos monárquicos y protestantes republicanos –luego de la primera guerra mundial-, así como entre elites judías y cristianas –luego de la segunda. Sin embargo, la primera polarización de alcance global en la historia de la humanidad es la Guerra Fría, luego de cuyo desenlace queda al descubierto que, afortunadamente, la ausencia de un componente religioso no le permitió alcanzar un arraigo meta-económico.[2]

Lo prolongado del estallido de la lucha entre conservadores y liberales en Iberoamérica desintegró tanto a sus sociedades que abrió la puerta a intervencionismos extranjeros. Así, los Estados Unidos se hicieron de la mitad del territorio mexicano en 1848; Francia ocupa México entre 1864 y 1867; Estados Unidos gana la guerra Hispano-Americana en 1898,[3] poniendo a Cuba, Puerto Rico y la Republica Dominicana bajo su dependencia; así como a lo largo del siglo XX los EUA además financian la contra-guerrilla en Centroamérica, apoya dictaduras militares en el resto de Latinoamérica y promueve el bloqueo a Cuba.

Ese marcado intervencionismo de los EUA en Iberoamerica se ha servido de la polarización interna en estos países, en muchos casos contribuyendo además a incrementarla. A pesar de todo esto, la oposición a los Estados Unidos en Iberoamérica, con la excepción de Cuba y Venezuela, se reduce actualmente a más bien un llamamiento al fortalecimiento del multilateralismo, muy distante de la confrontación. La oposición y crítica de Cuba a los Estados Unidos son más bien simbólicas por la poca amenaza militar que representa la isla. La adhesión del gobierno de Venezuela a esa postura parece serle benéfica tanto para sostener su popularidad interior, como para ganar mayor protagonismo geopolítico. Sin embargo, eso tampoco representa una confrontación real por lo comprometido del capital venezolano con el estadounidense –así como con el europeo y de algunos países iberoamericanos. No así la creciente polarización y confrontación entre Oriente y Occidente.

Ese dualismo Oriente-Occidente, que hasta la mitad del siglo XX no poseía un alcance global, ahora está volviéndose rector del equilibrio geopolítico. Ello comienza a traer consigo brotes de activismo no sólo internacional, sino al interior de muchas sociedades occidentales, en especial de aquellas con grandes comunidades musulmanas y judías, en las que el activismo proviene de ambos bandos. El riesgo que ello implica es el de hacer todavía más compleja la gobernabilidad al interior de estas sociedades por la aparición de nuevos actores políticos con demandas crecientemente supranacionales. Dicha polarización global parece sólo podrá resolverse pacíficamente a través de más que el fortalecimiento del simple multilateralismo, sino por medio de la instauración de una verdadera democracia multinacional que nos aleje de la dictadura global a la que nos estamos encaminando.


N O T A S
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[1] Además de los deseos expansionistas japoneses, situados más bien al margen de esta polarización.
[2] Los fundamentalistas del libre mercado y del marxismo-leninismo son, también afortunadamente, minorías que no logran adoctrinar a las masas a pesar de su afanosa labor evangelizadora.
[3] Mientras a la pérdida de las colonias españolas en América Latina fue sólo indirectamente apoyada por Inglaterra, la guerra hispano-americana significó la pérdida de las del Caribe y el Pacífico Occidental de manera directa por los EUA.